martes, febrero 21, 2006

Lunas de diciembre


me transportan al eclipse
de mi ser

un eclipse magnífico,
mítico,
total

lunas de pedazos
que van formando mi alma

lunas hechiceras
que van llenando de magia mi noche

noches oscuras, tanto que ando a tientas
ojos de estrellas,
lunas de mi eclipse

lunas de diciembre,
siempre allí
en la lejanía del horizonte
ese horizonte que alcanzo con mis ojos

ojos tuyos,
míos —es cierto—
pero, por siempre tuyos

lunas de diciembre
llévenme por las estrellas
y cuando estén cerca del sol
déjenme caer muy fuerte
para poder llegar
que con el calor de su luz
podré despertar de entre los vivos

y despierto contemplaré
las lunas de diciembre…


Argel Ríos

viernes, febrero 17, 2006

Del abuelo...

Argel Ríos

Es de mañana, el sol llega para acariciar las hojas en las que escribo, mi pluma, sigue escribiendo, pero el sol no me deja, quiere jugar conmigo, me dice que ya es un nuevo día, algo va a pasar, ¿qué? No lo se, pero algo será, así siempre me lo decía mi abuelo, aquel viejo que por las tardes se sentaba en su silla, colocada específicamente hacía la puerta de entrada a su casa, tal cómo la abuela siempre lo hacía. Aquel viejo que con sus achaques, me aceptaba en su regazo y me contaba de sus travesías cuando joven, sus andanzas y sus luchas con los grandes monstruos.

Anda viejo le decía, cada que llegaba de la escuela, cuéntame de aquel viaje…



Son las 12:00 de la tarde, no puedo esperar más para que toquen la campana de la escuela, la primaria puede ser muy agobiante cuando a la directora no le da por tocar la campana a tiempo, ¿quién se cree?



Llegó corriendo a casa, saludo a mi madre con el beso en la mejilla, a la abuela y se que el abuelo ya me espera en aquella hamaca atada bajo la sombra del almendro, tan fiel, que siempre procuraba la mejor sombra para nosotros, el contador de historias y el oyente, era nuestro espacio y nuestro secreto, el almendro, el abuelo y yo.

Nos acomodábamos en la hamaca y la historia comenzaba, el abuelo tenía esa peculiaridad de gran contador de vida, yo estaba atento, y cuando me distraía por algo, venía el silencio —inmediatamente sabía que debía voltear para ver al abuelo y pedirle que continuase— un silencio que era nuestra clave de comunicación.

Las historias eran fantásticas, caballos, guerreros, magos y hadas madrinas, yo no podía hacer nada más que escuchar atentamente y disfrutar de toda esta magia, en realidad me sentía en otro espacio, el abuelo me transportaba a su mundo mágico y yo vivía muy feliz.

La abuela siempre nos hablaba cuando ya era la hora de la comida, y en nuestro idioma, el abuelo me decía con la mirada, __hijo mañana seguimos con la historia.

… Y se levantaba, y se dirigía a mi abuela, y le decía gracias, por los años a su lado, y le daba un beso y comenzaba su gran discusión actuada, especialmente para mi madre y para mi, la discusión sobre la pelea que nunca han tenido y sobre cómo serían los golpes, mi abuela la retadora y mi abuelo inspirado en el ataque y el final de la pelea eran las risas y la apología de mi abuela al decir que si no fuese por un año ya hubiese alcanzado a mi abuelo en edad.

Nos sentamos alrededor de la mesa y —aunque humilde casa— siempre había un delicioso manjar en ella, la disfrutábamos y las risas nos acompañaban, —creo que allí comencé a reír, reír por la grandiosa vida que cada uno tenemos que vivir.

¿Problemas?, claro que los hubo y muchos, pero lo importante de la vida no radica en que quedarte pensando en los problemas, sino en enfrentarte al mundo con una sonrisa en el alma, así me lo decía mi madre, mi abuela y por supuesto que mi abuelo.



Me acuerdo de los viajes al rancho, el rancho del abuelo, podías pasearte entre las vacas, hablar con ellas y nadar en una alberca de tamaño natural, pescar y además disfrutar de la naturaleza, me encantaba ir allí, llevaba mi resortera e iba en busca de monstruos para cazar, y si por el camino me encontraba con algo más, no dudaba en disparar una piedra, a aquella ave o a la pobre lagartija que se paseaba en busca de alimento, pero cuando mi abuelo me veía hacerlo, me hablaba y me sentaba en un banquito que siempre tenía allí, colgaba su sombrero sobre la rama de un árbol, y me decía que es mejor que le atine a lo que colgaba del árbol, el chiste de este juego era meter las piedras en la abertura del sobrero, sin que este caiga.

Llegaba el momento de ordeñar a las vacas, y mi abuelo decía que cuando se ordeña a las vacas, siempre había que dejar la suficiente leche para el becerrito, porque éste tiene que crecer, decía que es igual con los hombres, hay que tomar de la naturaleza lo suficiente para vivir y dejar el resto para los que vienen creciendo, así como yo en ese momento, me dijo…



Hoy los pesares me matan, mi madre y mi abuela ya no están, mi abuelo cada día se encorva más, pareciera que el tiempo lo va jalando, la tierra siente su peso y el de su bordón, su cabeza está más blanca que de costumbre, su tristeza se siente a flor de piel, cuánta falta le hacen las peleas con la abuela, —creo que nadie comprenderá ello—, se que algún día se reunirán y ese será el mejor día para mi viejecito, lo extrañaré, pero se que estará muy bien.

Cada que lo veo, lo abrazo y le digo que lo amo, y siempre lo extraño.



Anda viejo, cuéntame de aquel viaje…